29 de septiembre de 2011

Breves apreciaciones sobre Convivencia y Bienvivencia Escolar



Gonzalo Salas Contreras
Psicólogo
Colegio Paulo Freire del Elqui

No hay que ser obstinado para percatarse que el fenómeno de la Convivencia Escolar ha transitado de ser una categoría etérea a un constructo de “moda”, esto desde la frecuencia de representaciones en la comunidad educativa formal e informal como también la opinión y, porqué no decirlo, “opinología” de diversos sectores de la sociedad sobre este tema. Existe por lo demás, una diversidad de apreciaciones respecto a la convivencia escolar y con esto no quiero caer en la tentación de plantear que una es más válida que otra. Sí me interesa, en estas breves líneas, referirme a la construcción que como sujeto cognoscente realizo del constructo Convivencia Escolar, cuando me acerco primero como persona, luego como psicólogo y finalmente como consultor educacional a este objeto de estudio. 

Lo primero que debo expresar es que convivencia escolar no es lo mismo que disciplina escolar ya que este último concepto se asocia al conjunto de normas y comportamientos que se deben ajustar respecto a las leyes tácitas y fundamentalmente explícitas que existen en la comunidad escolar, como por ejemplo, la formación de hábitos de asistencia, puntualidad, estudio, respeto, entre otras, muchas de las cuales se encuentran establecidas en los diversos reglamentos existentes en la escuela.
La convivencia, en cambio, se puede transformar en una “malvivencia” si la disciplina se ve alterada por comportamientos disruptivos no esperados en una sala de clases, aunque no necesariamente porque perfectamente puede existir indisciplina y la convivencia no verse afectada. Es más, muchos hábitos de indisciplina (por cierto, no todos) pueden hasta fomentar un estilo de convivencia muy propicio para las relaciones interpersonales.
Por otro lado, Convivencia Escolar, tampoco es sinónimo de Bullyng, fenómeno “bul”ímico y “bull”icioso de también escasa comprensión. El Bullyng es el maltrato entre pares que ha existido desde siempre en la escuela, solo que a juicio de Trautmann (2008) la “cultura del silencio” ha ayudado a su perpetuación. Este maltrato entre pares es vivenciado con angustia por un alumno o grupo de alumnos que es/son maltratado/s en una relación desigual de poder extendida en el tiempo. 
Finalmente, la representación que realizo del concepto Convivencia Escolar tiene concordancia con la dialéctica desde sus diversas acepciones, la platónica más original está relacionada con el arte de dialogar, argumentar y afrontar los consensos como disensos en el acto de convivir. Si agregamos a esto, la dialéctica hegeliana, debemos considerar junto con lo anterior la acentuación con las temáticas de poder y estructuras que en la escuela tradicional y escuelas “pseudoalternativas” se manifiesta a través de diversos mecanismos de resistencia existentes de acuerdo a los diversos roles ejercidos. La convivencia escolar, para que sea una “buen-vivencia” o una “bienvivencia” debe estar dada por estilos de liderazgo saludables, no ejercidos por el control o la coerción y tampoco “laissez faire”, sino desde una mirada de aceptación de la diversidad, de ver en el conflicto una oportunidad de cambio y de respeto por los estilos individuales.

En relación con lo anterior, mientras escribo estas letras recuerdo a una alumna de 16 años de tercero medio que mencionó lo siguiente en una entrevista mientras desarrollaba una investigación-acción sobre la temática de la convivencia escolar en una escuela de la región de Coquimbo y planteó lo siguiente “Me carga que cuando hay un problema siempre esperen (aludiendo a profesores y compañeros) que uno se haga amigo nuevamente, si el problema ocurrió y uno no quiere hablar que lo respeten”. 

En el epílogo y relacionado con la frase esgrimida por la alumna, me parece fundamental realizar un alcance también hegeliano, que plantea la concepción de la realidad formada por opuestos auténticos, que forman parte de un conflicto inevitable, de contradicciones visibles, donde es posible superar dichas diferencias y realizar una síntesis que es la expresión de la realidad tácita y necesaria que une a los opuestos. Para ello, es importante en la convivencia escolar, “vivir-con y con-vivir” desde lo inmediato a lo mediato, ya que la mejora de la convivencia escolar es un proceso, una forma de relacionarse en la escuela donde los diversos subsistemas (alumnos, profesores, directivos, apoderados, entre otros) deben trabajar por desarrollar una escuela axiológica, que considere al otro desde la virtud del respeto, desde el real espíritu por concebir una dialéctica de consideraciones éticas en las diversas prácticas pedagógicas.

26 de septiembre de 2011

Ni metaignorantes ni metacognitivos, ojalá bien educados



Domingo Bazán Campos
Pedagogo

La metaignorancia, se sostiene, es desconocer lo que se ignora, es decir, implica una actividad del pensamiento de baja profundidad comprensiva que omite las preguntas relevantes sobre qué comprendemos y sobre qué factores inhiben nuestra comprensión de las cosas. Un ejemplo de lo que es y de lo que no es metaignorancia nos puede ayudar.

Si Ud. es Licenciado en Química y desde pequeño se ha mostrado interesado en esta ciencia y, la verdad sea dicha, es poco hábil en otras cosas o poco interesado en aprender otros saberes, entonces, podemos decir que sólo sabe de química. Si le piden que haga clases de música, probablemente Ud. dirá que no acepta porque sabe que no sabe, es decir, es capaz de reconocer –porque tiene las herramientas éticas y cognitivas para hacerlo- que los saberes con los que cuenta no incluyen los niveles adecuados para enseñar música, pero sí química. Su lema aquí es “pastelero a tus pasteles”.

Es más, Ud. puede saber porque no sabe, es decir, tener claros los motivos o argumentos de porqué no sabe o de porqué no desea saber de música. En ese sentido, Ud. es autorregulado y autoconsciente, en otras palabras es metacognitivo. Y es -hay que aclararlo- ignorante en temas de música, pero no le importa, es su opción. Dejemos hasta aquí este ejemplo de lo que no es metaignorancia.

Supongamos ahora que Ud. es taxista y que es una persona que le gusta decir lo que piensa porque valora la libertad de expresión y cree en una sociedad en que unos y otros se respetan. Es un conductor de autos muy cuidadoso y eficiente y, de hecho, nunca ha tenido accidentes que lamentar producto justamente, de sus cualidades automovilísticas (esto no es menor, pues, le quedan aún 33 cuotas por pagar). Por su experiencia, puede afirmar que las mujeres manejan peor que los hombres, por lo que cuando se aproxima una mujer al mando de un auto Ud. se aleja o nunca le quita la vista de encima a ese auto. Su lema es “más sabe el diablo por viejo que por diablo”.

Ahora bien, Ud. probablemente ignora que no existe evidencia ni científica ni racional que señale si los hombres o las mujeres manejan peor. Es más, su denominada “experiencia” oculta una creencia que Ud. nunca ha pensado, un prejuicio arbitrario e injustificado en contra de las mujeres, pensamiento que lo lleva a actuar de modo discriminador frente a las capacidades de las mujeres al volante. Seguro que si le preguntásemos si es machista, Ud. dirá que no, nadie quiere serlo. Eso significa que Ud. no sabe que no sabe de las mujeres, de su valor, de sus derechos, es decir, usted da muestras evidentes de metaignorancia porque ignora sus propias ignorancias.

¿Y qué ignora? Ignora que todos tenemos prejuicios o creencias de sentido común, eso es inevitable; pero ignora sobre todo que dichos prejuicios debemos reconocerlos y develarlos en nosotros y tratar de cambiarlos; que esos prejuicios afectan a los otros en forma a veces brutal y altamente discriminadora. Ignora cómo es que Ud. llegó a construir esa interpretación en su cabeza; ignora que no existe una única realidad social; que la realidad es subjetiva y multicultural y que la convivencia humana amerita una profunda, permanente y reflexionada responsabilidad ética para estar en y con los otros en un plano auténticamente tolerante y pluralista.

En otras palabras, podemos afirmar que parte de la “buena vida” y de la “buena educación” es el camino personal y colectivo de la reducción de la metaignorancia y del incremento sostenido de la metacognición. !Qué buena y qué mejorada sería la educación chilena si lograse ambos propósitos formativos¡


Pero algo falta. Volvamos al ejemplo de lo que no es metaignorancia, esto de saber que se sabe química y de saber que no se sabe de música. Hemos dicho que esto no es metaignorancia, es seguramente metacognición. Pero es importante señalar que lo contrario de metaignorancia no es sólo metacognición. Porque la metacognición no asegura todas las preguntas sobre la construcción social de la realidad en cuanto a que la mera pregunta por lo que se sabe y lo que no se sabe no arrastra consigo el interés ético y político de cuestionamiento de la realidad, de análisis crítico de sus contradicciones, de develamiento de los mecanismos opresivos que la sociedad impone. Entonces, metaignorancia y metacognición no son necesariamente mutuamente excluyentes, pueden tristemente coexistir.

Es más, la metacognición puede conducir a saber mucho, a estar integrado y globalizado, a lograr un Doctorado en Química, a llegar a ser Ministro de Educación, a tener poder, a poder tener lo que se quiera, pero no trae consigo ineludiblemente la actitud emancipatoria y reflexiva de interrogar –con los otros- las relaciones humanas, las instituciones sociales o las prácticas sociales de la sociedad actual.  

La metaignorancia y buena parte de la metacognición que se promueven hoy –de tono eficientista y calculador, ésta última- vienen a avalar y reforzar la existencia de una mala educación en cuanto la escuela no promueve el diálogo, ni la reflexión ni la auténtica vida democrática. En consecuencia, la metaignorancia se constituye en el lastre de los pueblos empobrecidos social y culturalmente, así como la metacognición representa el virus del pensamiento oficial de los poderosos, el simulacro del “buen pensar” ventilado a granel en las reformas educativas tecnocráticas de los últimos años.

Cuando decimos ni metaignorantes ni metacognitivos, sino “bien educados”, decimos que lo central de una educación de calidad es su carácter emancipador y promotor de las transformaciones sociales que una sociedad capitalista y egoísta como la chilena está pidiendo a gritos, tanto para alcanzar la felicidad de los individuos como la felicidad de los pueblos.

Esa es la refrescante voz de muchos de los jóvenes que copan hoy las calles de Santiago de Chile. Los adultos, por su parte, nos movemos entre la metaignorancia y la metacognición, ambas, lamentablemente acopladas al deseo atemorizador de no cambio de los poderosos y opresores. El lema aquí puede ser “cuando el río suena es porque estudiantes emancipados trae”.

La metatarea escolar, en suma, es enorme pero no imposible, ¿qué duda cabe?  

22 de septiembre de 2011

Pillos y negociadores


Carlos Pérez Soto

En el sistema político que nos han impuesto el momento más difícil y delicado de las protestas y demandas no es el de las marchas, los paros y las tomas, sino el de la negociación. El momento oscuro de las comisiones, de las declaraciones para los medios, de los representantes que no representan, de la miseria traidora de la letra chica.

El “problema” en el caso del movimiento por la educación en curso es la gravedad y profundidad de lo que se está pidiendo. El gobierno simplemente no puede ceder en los puntos más importantes porque cuestionan nada menos que el núcleo del modelo imperante hace más de treinta años: el amarre entre una sostenida estrategia se propone favorecer al gran capital e imponer su lógica en todos los planos de la vida social y un sistema político que la protege a través de una fuerte distorsión de los mecanismos de representación.

¿Cómo responder si los estudiantes no confían en un Parlamento elegido de tal manera que la derecha tiene asegurada la mitad de la representación con sólo la tercera parte de los votos? ¿Cómo hacer acuerdos si la ciudadanía no confía en los políticos de la Concertación que decían representarla mejor, y le asigna las peores evaluaciones desde Pinochet, las que son superadas escasamente por los políticos de la derecha explícita, que nunca ha contado con el apoyo de las grandes mayorías? ¿Cómo responder a demandas que, desde el punto de vista del modelo, no pueden ser aceptadas, y que son apoyadas por un enorme movimiento social justamente en el momento de mayor debilidad política de la elite que se ha turando en el gobierno?

Lo más básico es que este es un movimiento que no se puede detener a través de la represión. Pero, bueno, aparentemente no se pierde nada con probar. El resultado ha sido, sin embargo, a todas luces contraproducente. Es muy básico además que no se puede desanimar a los demandantes calificándolos de “inútiles subversivos”, o atribuyendo su indignación a que provienen de hogares no constituidos de manera católica. Tampoco afirmando cosas como que “la educación es un bien de consumo”, o que es preferible legalizar de una vez el lucro que está ocurriendo de hecho a espaldas de la ley. En esta línea las movidas de la derecha, ansiosa y desconcertada, han sido simplemente catastróficas.


Un poco más eficiente es la estrategia de asociar el movimiento a la violencia, la de generar la imagen que de manera tan condolida advierte la Primera Dama en un sorpresivo protagonismo: “lo que pasa es que hay gente que quiere destruir Chile”. La idea de que poner fin al lucro en educación equivaldría a “destruir Chile” es, ciertamente, bastante curiosa. Pero lo más grave es que las hipótesis políticas que sustentan tal estrategia son demasiado débiles: el supuesto de que la gente es tonta, el supuesto de que los medios de comunicación son todopoderosos. En este caso, además, la propia lógica del lucro les juega una mala pasada: para los medios más grandes, que dependen fuertemente del rating de audiencia, no es muy buen negocio presentar las cosas de maneras abiertamente impopulares. La extraordinaria competencia actual entre series televisivas que se esfuerzan por mostrar las lacras de la época de la Dictadura e incluso algo de las actuales (“Los ochenta”, “Los archivos del Cardenal”, los programas centrados en denuncias) muestra que la insatisfacción de la ciudadanía… incluso se puede convertir en un sabroso mercado. Un mercado, desde luego, que no hace sino revivir y acrecentar esa insatisfacción.

Las líneas de acción para los pillos redomados, los oportunistas y los estrategas profundos o soterrados parecen ser difíciles y acotadas. Pero no hay que hacerse ilusiones. Estamos ante expertos en camuflaje, estamos ante profesionales de la administración de lo imposible, del gatopardismo y la voltereta. En ese ambiente enrarecido por el cinismo y la hipocresía lo más viable es más bien administrar que resolver, lo conveniente es más bien maquillar que cambiar, lo adecuado es más bien diluir, aplazar sin, por supuesto, cambiar nada de fondo.

La técnica de aplazar con la esperanza de diluir la acabamos de ver. El señor Presidente cita a un diálogo para un martes, la conversación se hace recién el sábado, resulta ser una conversación algo insulsa, en que lo único relevante es que se anuncia que el señor Ministro ofrecerá algo el martes siguiente, y lo que el señor Ministro ofrece… es sólo un calendario de reuniones. Mientras tanto más de treinta estudiantes y apoderados completan ya más de un mes en huelga de hambre. Mientras tanto siguen tomados más de cien liceos y escuelas universitarias. Entre medio se llama a algunos y se deja fuera a otros. Y, por supuesto, se refuerzan los llamados a la unidad nacional y a establecer consensos sin ceder ni un ápice en ninguna de las demandas fundamentales. Incluso mostrando abiertas contradicciones, rayanas en lo impresentable: por un lado el gobierno afirma estar dispuesto a fiscalizar que se cumpla la ley que prohíbe el lucro en las universidades, y al mismo tiempo, por otro lado el señor vocero de gobierno, uno de los nuevos flamantes “ministros políticos”, instruye explícitamente a las bancadas parlamentarias de la derecha para que voten en contra del proyecto de ley que prohibiría la formación de “sociedades espejo”, que es la principal forma en que ese lucro ilegal se realiza actualmente.

Sin embargo aplazar, o la esperanza de desanimar y desgastar, no resuelven nada de fondo. La estrategia real, la destinada a abordar directamente el problema planteado debe ser más profunda, más eficaz. Lo que se impone es “escuchar la voz del pueblo”, con grandes declaraciones y abrazos, dictando leyes, e incluso reformas constitucionales, que establezcan condiciones y garantías genéricas, y mecanismos que en la práctica sean muy difíciles de fiscalizar.

Un ejemplo muy simple de esta técnica sería aprobar con bombos y platillos una ley que prohíba el lucro en la educación básica y media, a la que la derecha más dura, incluyendo al inefable señor ex Ministro de Hacienda Andrés Velasco, se opone por razones meramente doctrinarias, creando un escollo para la viabilidad de los empresarios más pillos, y levantando inútilmente las iras del movimiento masivo que ha convertido esta medida en un eslogan. El asunto es que si tal ley se aprobara lo único que se conseguiría es que al día siguiente todos los empresarios de la educación convirtieran sus empresas en fundaciones sin fines de lucro y a la vez, simultáneamente, crearan inmobiliarias y otras sociedades espejo siguiendo el modelo que los astutos han usado en la educación universitaria privada. Lo que es esperable en este escenario, como en tantos otros ámbitos en que el Estado ha abandonado en los hechos su función fiscalizadora, es la creación de mil y un subterfugios para realizar y retirar la ganancia, al mismo tiempo que se restringe el presupuesto estatal para contar con fiscalizadores suficientes, o se crea un cuerpo de inspectores con bajos salarios, plenamente expuestos a la corrupción.

Si no queremos caer una vez más en la inveterada práctica institucional corrupta que ha moldeado históricamente a este país es necesario aceptar que imponer el fin del lucro en las instituciones privadas es algo que está simplemente más allá de cualquier política de fiscalización real y, peor aún, que es simplemente inverosímil esperar la formación a corto plazo de una burocracia estatal dispuesta a hacer real y efectiva cualquier política que se dicte al respecto. Esta proyección, dura y realista, nos obliga a replantear el famoso y atractivo eslogan. El problema, para las grandes mayorías nacionales, no es imponer de manera ficticia un “fin del lucro” que no se hará real. El problema es más bien que ni un peso del Estado vaya a parar a manos de empresarios privados en educación tengan o no fines de lucro. El problema es terminar con el sistema de subvenciones. Terminar con la renuncia del Estado a cumplir con una de sus obligaciones fundamentales.

Con toda seguridad los pillos ofrecerán formular un sistema de “garantías y condiciones” para que las empresas, declaradas ahora universalmente “sin fines de lucro” realicen sus ganancias a costa del Estado. Se exigirá que se dejen certificar por la autoridad estatal, se exigirá que respeten códigos valóricos generales como la no discriminación, o formular proyectos “progresistas y de interés nacional”, se exigirá que ofrezcan un cierto porcentaje de becas y, por supuesto, que reinviertan todo lo que ganen en su función educacional. Y lo que se conseguirá es un vasto sistema de engaño y fraude, dando de paso la oportunidad de aguzar el ingenio y perfeccionar el que ya impera en las universidades privadas. La única manera de garantizar que los fondos estatales dedicados a la educación sean invertidos íntegramente en su propósito original es que se empleen en un sistema educacional estatal.

Para los propósitos esenciales que se ha propuesto el movimiento social encabezado por los estudiantes no es necesario terminar con el lucro privado en las empresas educacionales privadas. Si los ricos tienen dineros para crear y pagar colegios o universidades caros que lo hagan. Lo que compete al Estado no es impedir esa posibilidad, sino garantizar de manera efectiva, para todos los chilenos, en todos los niveles educacionales, un sistema gratuito y de calidad. La obligación del Estado debe ser ampliar radicalmente la cobertura del sistema estatal de educación hasta cubrir toda la demanda, de tal manera que, teniendo esa cobertura, los que puedan, si quieren, elijan pagar educación privada. La obligación del Estado es aumentar radicalmente la calidad del sistema estatal de educación para que, ofreciendo ese respaldo, los que quieran, aún así, por razones ideológicas o las que sean, elijan pagar educación privada. La obligación del Estado es aumentar radicalmente el gasto y la inversión en SU sistema educacional para hacer efectivas las posibilidades de ampliar la cobertura y la calidad.

Desde luego lo primero que los pillos dirán ante semejante “inutilidad subversiva” es que “no contamos con los recursos suficientes”. Que suban los impuestos, que se revisen radicalmente las exenciones tributarias, que se renacionalice el cobre. No hay excusas suficientes. Chile es un país enormemente rico. Nada justifica que sus riquezas sean apropiadas de manera impune por el capital trasnacional, por los más grandes empresarios, si la gran mayoría de los chilenos tienen necesidades imperiosas que pueden ser atendidas con ellas. En eso han sido los estudiantes secundarios, desde el principio, los más claros y radicales. A veces se echa de menos un énfasis comparablemente claro y explícito en este punto en los otros actores del movimiento.

Pero también, exactamente al revés, un efecto paralizante puede surgir de proyectos teñidos de demagogia, como el presentado apresuradamente en el Senado por políticos que temían quedarse abajo del gran carro del movimiento social: Letelier, Cantero, Bianchi, Escalona y Quintana (curiosa alianza) proponen en un solo artículo, de golpe y sin condición alguna, quitar la subvención estatal a los establecimientos básicos y medios que persiguen (hasta hoy legalmente) fines de lucro. Es extraordinariamente difícil que semejante ley llegue a ser aprobada o, incluso si llega a serlo, que sobreviva al todopoderoso Tribunal Constitucional. Lo relevante sin embargo es la situación que crearía si la mayoría parlamentaria decidiera volverse loca y aprobar algo que va en contra de lo que han amparado durante veinte años: cerca de un tercio de los colegios subvencionados, que son entre ellos los que se declaran con fines de lucro, tendrían que cerrar a corto plazo, o encarecer de manera sustantiva sus escolaridades, antes de que el Estado pudiera aumentar su cobertura educacional propia para atender a los estudiantes que no puedan solventar ese aumento. Cerca de medio millón de estudiantes se verían afectados, con la consiguiente indignación de sus familias. En suma, una solución tramposa, que crea una grave contradicción entre los demandantes y que elude elegantemente el problema de cómo fiscalizar a los que sin inmutarse se declaren “sin fines de lucro” y sigan usufructuando de los fondos estatales.

La única manera realista de terminar con el sistema de subvenciones es hacerlo en forma progresiva. Primero se deben congelar las subvenciones en su valor presente, se debe congelar la integración de cualquier nuevo colegio o universidad a los sistemas de subvención existentes y, por supuesto, se debe impedir la creación de cualquier sistema nuevo de subvención directa o indirecta. En segundo lugar se debe aumentar sustancialmente las subvenciones destinadas a los establecimientos municipalizados, impidiendo radicalmente a la vez que esos fondos sean desviados a cualquier otro propósito que no sea su fin específico. En tercer lugar se debe fijar un programa de disminución progresiva de las subvenciones a establecimientos privados, con o sin fines de lucro, para volcar progresivamente esos fondos a la educación estatal. No importa el plazo, pueden ser diez o quince años, para dar tiempo al cambio de carácter de las instituciones privadas, y al aumento de la cobertura estatal. Lo importante, sin embargo, es mantener firmemente el objetivo: terminar con un sistema que implica la renuncia del Estado a una de sus funciones y obligaciones esenciales.

El terminar con el sistema de subvenciones debe implicar su reemplazo progresivo por un sistema de financiamientos directos, estables, por proyectos (no por asistencia o matrícula), de acuerdo a la demanda educacional. Eso puede y debe empezar ahora mismo, aumentando el aporte basal a las universidades estatales y tradicionales no privadas hasta el 50%. Pero debe empezar también, ahora mismo, con una medida análoga destinada a la educación municipalizada. No es esa la situación de la Educación Técnico Profesional. En ese caso el estado debe, ahora mismo, crear desde cero, porque abandonó entre gallos y medianoche el que tenía, un sistema estatal de Educación Técnico Profesional, financiado en un 100%, también de manera estable y por proyecto.

Pero, a estas alturas, especificadas las cosas de esta manera, y sin siquiera habernos acercado a agotar las múltiples dimensiones implicadas en las demandas estudiantiles, ya todos los pillos y negociadores, ya todos los negociadores pillos, habrán notado la dificultad fundamental: proposiciones como estas están explícitamente impedidas en la Constitución Política de Chile, esa que por su mecanismo de generación y auto legitimación debería llamarse “Constitución de Pinochet – Lagos”.

Si no nos entregamos a la componenda, si no podemos confiar en las mayorías parlamentarias que no representan las demandas de las grandes mayorías nacionales, la única vía que permitiría iniciar un proceso de solución a las demandas planteadas es tener muy claro el objetivo esencial: educación estatal gratuita y de calidad para todos los chilenos, en todos los niveles educacionales. Y tener muy claro el único procedimiento a través del cual podemos esperar mínimas garantías: un plebiscito en que la ciudadanía se pronuncie sobre la gratuidad de la educación, que abra las puertas para otro, más contundente, en que los ciudadanos se pronuncien sobre el modo de cambiar la Constitución vigente.

Ni líderes ni milicos


Carlos Pérez Soto

Para que no nos atrapen debemos ser muchos. Para que no nos atrapen en las redes de los medios de comunicación, en las infinitas trampas del diálogo, en la seducción populista o, simplemente, en la corrupción.

Para que no nos atrapen el movimiento no debe depender de sus dirigentes. Los dirigentes deben ser muchos. Las vocerías deben ser rotativas. Para que no levanten a uno como estrella de rock y luego puedan volverlo contra otro. Para que no jueguen con la vanidad de unos y la enfrenten al ansia de protagonismo de los otros. Un movimiento social no debe tener líderes, debe tener dirigentes: muchos.

Un movimiento social no debe depender de sus representantes. Justamente la habilidad del poder se ha concentrado en separar a los dirigentes de sus representados. Debe haber representantes, pero no se puede depender de ellos. Es necesario preparar muchos representantes para que toda representación sea rotativa. Es necesario ensayar con muchos voceros, aunque haya mejores y peores. Lo que se gana en aprendizaje es mejor para todos. Lo que se gana en compromiso, en comunidad, siempre será mucho más de lo que se pueda perder por los errores ocasionales de unos, que siempre podrán ser mejorados por otros.


Debe haber representantes, pero todo el poder debe estar en la asamblea. Pero, también, para que un movimiento sea realmente social no se puede permitir que las asambleas mismas dejen de ser representativas. Una asamblea a la que asiste menos de la mitad de una comunidad, o de un colectivo, no puede ser considerada válida. Pero los juegos de la validez pueden enredarnos eternamente: el problema real es que no es útil, el problema real es que rápidamente se convierte en contraproducente.

Una condición básica, para mantener la fuerza del movimiento, es que las asambleas no dejen de ser mayoritarias y representativas. El problema es cotidiano, sobre todo si el movimiento se extiende por varios meses. Si en algún momento la mayoría se vuelve hacia posturas de compromiso, que no nos gustan, lo más probable es que haya sido porque no hemos sabido mantener la representatividad. Una minoría ilustrada, que obliga a la mayoría desde sus posturas, aunque sean correctas, terminará por ser abandonada y luego rechazada.

Si los objetivos, y la decisión de perseguirlos, están suficientemente claras, no debemos temer que el movimiento avance y retroceda, que haya momentos de auge y otros mucho más débiles. Cuando nuestros compañeros quieran mayoritariamente volver a clases será necesario pararse fuera de las salas, de manera ingeniosa, amigable, a dar de nuevo una lucha entre nuestras propias filas que habíamos ganado temporalmente y que ahora empezamos a perder. Y probablemente la hemos empezado a perder porque hemos perdido de vista el que se trata de un movimiento social, en que todos deben participar, y no de un favor que una minoría ilustrada tenga que hacerle a una mayoría inconsciente. La mayor parte de las veces, cuando la pelea es grande y justa, partimos con un gran apoyo, y nosotros mismos lo vamos luego debilitando. Si no ganamos esta lucha entre nosotros mismos, mucho menos ganaremos los grandes objetivos que tenemos.

Se trata de sumar y empujar. Pero no se puede empujar si no se ha sumado. Debemos desconfiar de dos minorías igual y simétricamente nocivas: la de los dirigentes que no se muestran dispuestos a hacer rotar su protagonismo, y la de los que están dispuestos a hacer valer sus argumentos a cualquier precio, en contra de los que supuestamente representan. Un movimiento debe ser dirigido, pero la conducción debe estar siempre en manos del máximo de dirigentes posibles. Lo que se pierda en eficacia se ganará ampliamente en legitimidad. No se trata de construir una máquina de guerra que gane sus batallas bajo cualquier condición. Se trata de ganar una larga guerra del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Ningún destacamento consciente puede arrogarse el derecho de suplantar lo que la comunidad misma de ciudadanos puede y quiere.

Tanto el liderazgo como el vanguardismo provienen de una ética paternalista e idealista. Tanto el liderazgo, con sus astucias variables, como el vanguardismo, con su cotidiana torpeza, resultan tremendamente ineficientes a la hora de establecer alianzas amplias, duraderas, en que los aliados confíen y se legitimen mutuamente. Ni los líderes ni los vanguardistas saben trabajar con diferencias reales, los primeros porque se limitan a instrumentalizarlas, los otros porque simplemente no las entienden.

El asunto no es si el movimiento tiene que ser más “pacífico” o más “violento” según las categorías hipócritas que el poder siempre ha usado como estigmas. Se trata de ser radicales y a la vez eficaces. No se trata de levantar “ejemplos morales”, o de llegar a cualquier compromiso. No sólo se trata de luchar, se trata de ganar. Al enemigo, hipócritamente tolerante, le encanta que luchemos, lo que lo alarma y enoja es que ganemos, incluso que meramente aparezcamos como si pudiésemos ganar.

Sumar, empujar, sumar, empujar. Un gran movimiento social no se hace ni con vanguardias ni con líderes. Todos estamos llamados a ser dirigentes. Todos tenemos la capacidad de serlo. Y, por supuesto, un gran movimiento social no debe tener ideólogos. Debemos aprender a distinguir a un teórico de un ideólogo. Los teóricos valen por sus argumentos. Los ideólogos valen por su retórica. Los teóricos pueden hacer pensar a los que piensan. Los ideólogos reemplazan la actividad de pensar de los que no piensan. Los teóricos tratan de ser uno más. Los ideólogos rara vez resisten la tentación irresistible del vanguardismo: ser líderes.


Sólo desde la hipocresía se puede decir que esta sea una lucha “pacífica”. Como siempre, los poderosos hablan de paz cuando han logrado consolidar su propio dominio, y empiezan a hablar de violencia a penas sienten amenazados sus privilegios. No vamos a empezar una guerra, ya estamos en guerra. Pero en nuestro caso, se trata de la guerra de un pueblo, de un gran movimiento social, por sus derechos, por la justicia que le niegan. Y esa es una guerra que no se puede ganar con un ejército de milicos, ni menos  aún con un ejército que, del tipo que sea, que tenga mentalidad de milico. Por eso, a la larga, ellos no podrán ganar esta guerra: ningún ejército puede ganar una guerra indefinida contra un pueblo. Pero, justamente por eso, tampoco nosotros podremos ganarla si usamos la misma mentalidad que ellos nos oponen, por muy bellos que parezcan nuestros objetivos.

Sumar y empujar. Mantener toda la radicalidad y la violencia de masas que sea necesaria. Lo que sostengo, en cambio, es que hay condiciones bajo las cuales no sólo es menos probable que ganemos sino que ni siquiera mereceríamos ganar. Los que necesitamos es un gran movimiento social. No necesitamos líderes, ni milicos.

Preguntas para orientar un cambio en las instituciones educativas


Por Domingo Bazán Campos


















1 de septiembre de 2011

Sobre el “arreglín”


Carlos Pérez Soto
Profesor de Física, Agosto de 2011

En una situación política difícil, cuando todos los políticos profesionales van perdiendo, cuando la fuerza del movimiento es grande, pero no tienen a su vez cómo ganar de manera contundente… se impone el arreglín. La componenda, el gatopardismo, la “salida honorable”, para que nadie, salvo los postergados de siempre, salga lastimado.

En un país gobernado tradicionalmente por la hipocresía y el doble estándar, las técnicas del arreglín deberían ser familiares para todos. Pero forma parte también de esa hipocresía que todos resulten “sorprendidos” cuando finalmente se impone.

En esta hora crucial para el movimiento estudiantil, que es también crucial para la esperanza de todos los chilenos, es bueno recordar algunas de las nociones básicas de la técnica inveterada de la componenda, para ver si esta vez nos “sorprenden” un poco menos.[1]

La primera técnica, obligada, es la de bajar las expectativas. “El movimiento está desgastado”. “Van a arreglarse entre ellos igual”. “No se va a sacar nada importante”.


La segunda, obligada, es asustar a los más tibios. “Se va a perder el año”. “Se va a desatar la violencia”. “Nadie puede saber dónde va a ir a parar esto”.

La tercera, obligadísima, es dividir. “Los ultras se están tomando el movimiento”. “Los dirigentes nos traicionarán”. “Si no ganamos al menos algo, lo perderemos todo”. “Los secundarios están echando a perder todo con su intransigencia”.

Puesto el escenario en estos términos sombríos el asunto se convierte sólo en como “salir lo mejor parados posible”. Y se entiende por esto salir de una manera tal que todos aparezcan ganando. Un logro realmente notable: en una pelea frontal, en que las posturas son radicalmente opuestas… que todos salgan ganando. ¿Cómo se hace eso?

La primera medida es formar una gran comisión, lo más grande posible, que refleje a todos los sectores y sensibilidades sociales, políticas y religiosas del país, y encargarles un gran acuerdo en pos de la unidad nacional. De manera complementaria es necesario formar una segunda comisión, de muy pocas personas, de mucha confianza, en que estén representados los “interesados principales”, para que redacte los acuerdos que aprobará la primera.

La segunda cosa es “aceptar” ese “gran acuerdo” y someterlo a la consideración del Parlamento Nacional, elegido por el sistema binominal, con la mitad de sus parlamentarios representando sólo a un tercio del electorado, y casi toda la otra mitad representando al mismo tercio. Lo que se debe obtener, tras algunos “acuerdos marco” en vistas a las próximas elecciones, es la unanimidad de los votos, como expresión del anhelo nacional de paz, unidad y crecimiento económico.

El problema de fondo, sin embargo, es cómo redactar semejante acuerdo para que todos se sientan representados. La respuesta es bastante obvia: hay que redactarlo vagamente. Por un lado el bando en lucha redactará sus peticiones en un lenguaje fervoroso, radical, lleno de proclamas, y vago. Por otro lado el gobierno redactará sus respuestas en un lenguaje prudente, con visión histórica, sensato, y vago. La tarea de la comisión será limar la radicalidad altisonante de unos, y de manera correspondiente, ponerle más entusiasmo a la sensatez de los otros. El resultado global sólo debe mantener una característica central: su vaguedad.

La vaguedad, sin embargo, puede prestarse para malos entendidos. La solución no es disminuirla. Lo que se debe hacer es especificar, en protocolos aparte, aprobados sólo por comisiones de “expertos”, lo que no haya quedado suficientemente claro.


Hay cosas importantes, y hay detalles. Lo importante es “fiscalizar enérgicamente el lucro”. El detalle es “que todos tengan acceso a créditos en las condiciones más ventajosas posibles”. Es muy importante que “la educación es un derecho”. Es sólo un detalle el que “se buscará la mejor manera posible de que todos tengan acceso a ella”. Es importante reconocer “el aporte de todos los sectores a la tarea educativa”. Es sólo un detalle el que “el estado debe asegurar la libertad de enseñanza”. Es muy importante ampliar las posibilidades educacionales de los sectores más postergados. El detalle es que se debe asegurar el acceso a la educación a los dos quintiles de más bajos ingresos, y se deben buscar todas las fórmulas posibles para acrecentar las posibilidades de acceso de los otros sectores.  

Si seguimos la lógica de estas concesiones mutuas, y las traducimos al lenguaje común, lo que resulta es que todos esos puntos “importantes” favorecen a los opositores, que podrán decir por ellos que “ganaron” cosas importantes, sin aceptar que sólo las ganaron nominalmente, vagamente, sin especificar cómo se logrará su implementación. Los correspondientes detalles, en cambio, dejan claro de manera precisa, aunque convenientemente oblicua, que se seguirá con el sistema de endeudamiento con la banca, que la banca seguirá estableciendo los intereses que quiera, de acuerdo con lo “posible”, que el lucro puede estar perfectamente entre las muchas formas de asegurar el derecho a la educación, que los empresarios privados también colaboran con la tarea educacional y deben ser apoyados en ello.

Así, el bloque gobernante habrá “escuchado el clamor del país”, habrá reconocido y enmendado sus posibles errores, y no habrá tocado en lo más mínimo lo único que le interesa mantener. Así, los representantes de los vencedores podrán postular con mejores posibilidades en las próximas elecciones. La única manera de terminar con el arreglín es no dejarse engañar con declaraciones genéricas, por muy buenas intensiones que contengan.

Justamente en este momento, en que crecen las posibilidades de negociar formando grandes comisiones que aprueben una componenda que sólo sea un conjunto de vaguedades, las bases del movimiento social deben exigir a sus representantes que precisen claramente las demandas que se consideran intransables.

Nadie espera que el resultado de esta negociación sea la caída del gobierno, o la expulsión de las empresas trasnacionales. Lo que se debe exigir es una perspectiva clara, en que las demandas inmediatas sean muy concretas y las de mediano plazo mucho más ambiciosas.

Las demandas inmediatas, esas que se consideran suficientes para bajar temporalmente el movimiento, deben ser puntuales, sin grandes declaraciones altisonantes, y golpear donde al sistema le duela. Las de mediano plazo, que apuntan hacia cuestiones de principio y más generales, deben ser especificadas de tal manera que no puedan ser desvirtuadas por “comisiones técnicas”, o por los redactores ocultos de la letra chica.

En lo inmediato, deben considerarse puntos mínimos e intransables:

  1. La gratuidad y validez por todo el año de la tarjeta estudiantil, para todos los estudiantes, para todos los niveles del sistema educativo, con el beneficio primario del pasaje escolar en el sistema de transportes, y  beneficios adicionales en el sistema de salud primaria y en el acceso a la cultura;
  2. el Estado debe condonar de inmediato todos los Créditos con Aval Estatal (CAE) que ya ha comprado a la banca, y establecer un plan de compra y condonación consiguiente de los créditos restantes;
  3. se debe poner fin de inmediato al sistema de endeudamiento bancario como forma de financiar la Educación Superior, y reemplazarlo por un sistema de becas destinado a las Universidades estatales, y tradicionales no privadas;
  4. se debe poner fin de inmediato a la creación de nuevos colegios subvencionados, y comprometer un financiamiento directo para el mejoramiento de los colegios actualmente municipalizados;
  5. se debe aprobar por ley un financiamiento basal directo, de libre disposición, de al menos el 50% del presupuesto de las Universidades estatales;
  6. se debe aprobar en el curso de este año una reforma constitucional que declare al Estado responsable de entregar educación gratuita, en todos los niveles educacionales, a todos los ciudadanos que no puedan costearla por sí mismos.

Deben considerarse como puntos que es necesario aprobar ahora, aceptando que su implementación requiere de plazos más largos:

1.   El fin de la municipalización de la educación básica y media, de acuerdo al proyecto elaborado por el Colegio de Profesores;
2.  el fin progresivo del sistema de subvenciones a instituciones educacionales privadas en los niveles básico y medio, y su traspaso igualmente progresivo al financiamiento de un sistema de educación estatal y descentralizado;
3.   en el sistema estatal de educación, el fin del financiamiento por subvenciones, fondos concursables o bonos, y su reemplazo por un sistema de financiamiento directo, estable, y descentralizado;
4.   la ampliación de la matrícula de las universidades estatales, y la creación de un sistema nacional de educación técnico profesional estatal y descentralizado, hasta cubrir la mayor parte de la demanda nacional por educación superior;
5.   fin progresivo al sistema de fondos concursables, subvenciones y bonos, en la Educación Superior estatal, y su reemplazo por un sistema de financiamiento directo y estable.

El petitorio debe ser simple y claro. Están bien los fundamentos y los principios, pero no deben ser la parte más relevante. Todos pueden declarar que están de acuerdo con grandes principios y después interpretarlos mañosamente a su manera. No debe haber margen para la distorsión o los agregados “aclaratorios” posteriores.

Por supuesto el movimiento social tiene, y debe tener, más objetivos que estos. Pero tampoco hay que caer en la trampa de que nos declaren utopistas e irresponsables porque estamos pidiendo “lo imposible”. Hay una pelea ahora, y habrá muchas peleas más adelante. En esta vuelta quizás no saquemos una Asamblea Constituyente o la renacionalización del cobre. Pero si ganamos estos puntos, inmediatos y a mediano plazo, ahora estaremos en mejor posición para ir más allá de ellos.


Lo que los chilenos han perdidos en estos treinta años de modelo neoliberal es tanto que la agenda del movimiento popular es, necesariamente, muy grande. Ahora se está dando una pelea concreta, y debemos convertirla en un paso para un programa más amplio. Pero también ese programa debe ser preciso y claro. Debe priorizar grandes tareas nacionales, y concentrarse en unos pocos puntos fundamentales desde los cuales se puedan trabajar los demás.

El programa no es difícil de formular, y no hay que perderlo de vista:

1.   Renacionalizar el cobre, y todos los recursos mineros estratégicos;
2.  Quitar todo aval estatal a las deudas privadas, e imponer una fuerte carga tributaria a la especulación financiera;
3.   Subir la tasa de impuestos a las grandes empresas, y revisar todo el sistema de exenciones tributarias que les permiten evadirla;
4.   Terminar con el sistema de subvenciones en salud y reemplazarlo por un sistema de financiamiento directo y estable;
5.  Avanzar hacia una Asamblea Constituyente, elegida de manera proporcional (no binominal), que sea deliberante (no consultiva), que redacte un proyecto constitucional (no que discuta proyectos elaborados en comisiones de expertos), que establezca proyectos constitucionales que puedan ser aprobados en un plebiscito con alternativas (no un proyecto único o nada).

Todos los árboles crecen desde la raíz, y para que crezcan mejor es necesario que las raíces sean fuertes, y que se extiendan lo más posible. El movimiento estudiantil está sembrando hoy una semilla. Démosle raíces claras y poderosas. El gran árbol que surja desde ellas es una tarea de todos.




[1] Las recomendaciones que hago a continuación provienen directamente del “Manual para solución negociada de conflictos”, edición reservada de la Presidencia de la República, año 1989, entre cuyos redactores aparecen, mencionados sólo por sus apellidos, “Tironi, Correa, Brunner, Boeninger”. He consultado para estas notas la edición, también reservada, del año 2000, con notas algunas notas (bastante aburridas) de “Lagos” (sólo se consigna el apellido). 

Los recursos son escasos

Carlos Pérez Soto
Profesor de Física, Agosto de 2011

Lo que se pide es que el estado se haga responsable de ofrecer educación gratuita para todos los que la necesiten, en todos los niveles educacionales. El gran argumento en contra, no sólo del gobierno, sino incluso de los partidos de la Concertación es esta gran falacia: los recursos son escasos. Nos dicen que Chile es un país pobre, nos dicen que el Estado no puede hacerse cargo de todo.

Pero las empresas trasnacionales se llevan miles y miles de millones de dólares cada año, pero las grandes empresas pagan menos de la mitad de los impuestos que pagan en cualquier otro país capitalista, pero el Estado guarda dólares en el extranjero para prevenir los déficit que surjan cuando los bancos tengan dificultades, pero el estado avala las deudas privadas y compra sin problemas la cartera riesgosa de los bancos.

Nos dicen que hay que focalizar el gasto estatal en los sectores de menos recursos, pero el Estado no tiene problemas para avalar las deudas de todos los que quieran endeudarse en la banca privada. Nos dicen que el gasto social en Chile ha crecido y tiene un volumen aceptable, pero lo que llaman gasto social no son sino las subvenciones a través de las cuales el estado entrega los recursos de todos los chilenos a los empresarios privados, que lucran con la educación, con la salud, con la previsión, con el transporte público.


Nos dicen que en los últimos veinte años se ha logrado suavizar el modelo económico privatizador, pero la desnacionalización del cobre ocurrió fundamentalmente en estos últimos veinte años, el sistema de subvenciones a colegios privados y al transporte en manos de empresarios privados creció enormemente en estos veinte años, y es en estos años en que se han llegado a licitar los tratamientos en los hospitales públicos, y se le ha regalado un sistema de transporte completo a empresarios que no cumplen con los contratos que se hicieron expresamente para favorecerlos. Nos dicen que se ha logrado poner resguardos sobre los fondos previsionales, pero se ha permitido que más de la tercera parte de esos fondos sea retirado por los dueños de las AFP bajo el concepto tramposo de comisiones. Nos dicen que la cobertura de la educación superior ha aumentado, pero todos sabemos que esto se ha logrado al precio del endeudamiento masivo de las familias en la banca privada.

No se puede engañar a todo el pueblo durante todo el tiempo. No se puede seguir permitiendo que las políticas públicas estén atravesadas de hipocresía y doble estándar. Todo es cuidado y garantías, resguardos y amabilidades para los grandes empresarios, todos lo que se propone son sacrificios, llamados a la unidad y a la cordura, y paquetes de endeudamiento para las grandes mayorías. Y, sobre todo, porque hay que cuidar los bienes públicos, porque los recursos son escasos.

Lo que queremos es muy simple: que las riquezas de Chile sean para todos los chilenos. Lo que queremos es que los recursos de todos se gasten en las necesidades de todos. Lo que queremos es que los enormes recursos que de hecho existen, que todos producimos, se usen en las grandes necesidades estratégicas que pueden hacer progresar a todo el país, no sólo al capital trasnacional y a los grandes empresarios nacionales.

Pero este gran objetivo debe ser especificado. Lo que queremos puede ser formulado en un programa preciso, en medidas muy concretas, algunas de las cuales se pueden aprobar por simple decreto y aplicar de inmediato, otras que requieren leyes que pueden ser aprobadas sin dificultad, con la agilidad con que los señores Parlamentarios designan a sus reemplazantes a espaldas del electorado o acuerdan reajustar sus asignaciones por sobre el aumento del costo de la vida. Y otras que requieren importantes cambios constitucionales sobre los cuales lo único democrático es consultar al conjunto del país por la vía de un pronunciamiento directo, que se salte a los representantes que hoy no representan a sus supuestos representados.

Si buscan recursos lo primero que hay que hacer es revisar radicalmente las exenciones tributarias que permiten que los grandes empresarios paguen proporcionalmente menos impuestos que los ciudadanos comunes.


Si buscan recursos lo que hay que hacer es disminuir progresivamente las subvenciones que benefician a empresarios privados y volcarlas en la misma proporción a sistemas públicos, administrados bajo la responsabilidad del Estado, de educación, de salud y de transportes.

Si buscan recursos lo que hay que hacer es subir los impuestos a los grandes empresarios y a las empresas trasnacionales hasta los niveles que son característicos de los países capitalistas desarrollados.

Si buscan recursos lo que hay que hacer es renacionalizar el cobre, y nacionalizar los grandes recursos mineros que tendrán impacto en el mundo del futuro, como el litio.

Como todos los países de América Latina, Chile es un país lleno de enormes riquezas. No somos pobres porque no tengamos riquezas. Somos pobres porque las clases dominantes de este país, y sus representantes en el mundo político, han entregado sistemáticamente esas riquezas al capital trasnacional, y al lucro de los grandes empresarios nacionales. Tenemos recursos, somos nosotros, los mismos chilenos, los que producimos esos recursos, y tenemos derecho a reclamar el beneficio que estos bienes que hemos creado podrían darnos.

Un programa económico mínimo, que favorezca a las grandes mayorías nacionales, no es difícil de formular. No es materia de expertos, ni de teorías demasiado profundas. Su principio es muy simple, y es simple de especificar: Chile es de todos los chilenos.

Un programa económico mínimo debe impedir que los dueños de las Administradoras de Fondos de Pensiones se echen al bolsillo más de un tercio de las cotizaciones, debe impedir que entreguen los fondos previsionales a la especulación financiera en el mercado internacional.

Un programa económico mínimo debe suprimir el interés compuesto en las deudas de consumo, y bajar radicalmente el costo del crédito a las personas y a los pequeños y medianos empresarios.

Un programa económico mínimo debe quitar todo respaldo del Estado a la deuda que los privados contraigan con la banca internacional (cuando hagan malos negocios, que pierdan), y decretar altísimos impuestos a la especulación financiera (que Chile no sea una plaza para el capital especulativo internacional).

Un programa económico mínimo debe asignar un papel protagónico al Banco del Estado en el fomento a los pequeños y medianos empresarios, e impedir las fórmulas tramposas a través de las cuales las grandes empresas dividen su rol tributario para evadir impuestos y recibir beneficios.

Un programa económico mínimo debe estar orientado a aumentar la demanda interna y a favorecer los sectores prioritarios del consumo social como la vivienda, el transporte público, los recursos alimentarios, los servicios esenciales.

No es difícil, no hay ninguna oscuridad teórica o científica en esto, lo que queremos se puede formular de manera directa, y exigir de manera directa. Ahora es la hora de la primavera de Chile, no aceptemos que nos digan que “los recursos son escasos”.